Este año, con motivo de la pandemia que desgraciadamente estamos padeciendo, nuestra celebración del Día de la Mujer va a ser diferente a las anteriores.
Se nos pide un homenaje a cualquiera de nuestras antecesoras. Si bien he conocido a muchas mujeres valientes, el mío será para una de mis abuelas, concretamente, la materna.
Se llamaba Luisa Quinzano.
En 1943 con 36 años, había parido a doce hijos, en ese año y con esa edad la vivían siete. La mayor con 14 años con una minusvalía, y otro en camino. Hasta esa fecha, vivía relativamente bien. Su marido, mi abuelo, era molinero en Fuentepelayo y pan nunca los faltó.
Pero por causas incomprensibles, su marido se suicidó, y ahí comenzó su lucha en solitario. Con un carro y un burro se vino a su pueblo de toda la vida, la Nava, con toda su prole.
Ya aquí, lucho como una loba. Crio gansos, fue al campo, cosió sacos de harina (se los daban a las viudas sin recursos) y vendía cargas de piñones.
Los hijos colaboraban como podían, y ella, cuando los veía con hambre, tenía que hacer tripas corazón y mandarlos ¡a la cama!
En 1955, la trajeron una nieta de meses que criaron hasta los trece años. La abuela Luisa siempre nos quiso a todos. La encantaba vernos. Cuando fue mayor y pudo, sus cumpleaños fueron excelentes con todos nosotros a su alrededor. La encantaban las visitas, siempre había gente en su casa.
Nos enseñó a jugar a cartas, nos contaba historias, jugábamos al parchís con garbanzos y judías.
No sabía escribir, pero leía todo lo que caía en sus manos, ¡raro!, pero así era. Anécdotas, muchas… se llevaba a los chicos a los majuelos, se tiraban al suelo para comer uvas sin arrancar los racimos para que creyeran que eran los pájaros quiénes se las comían. Mi madre y su hermano mayor Maxi, ganaron el 1er premio bailando en las fiestas de Santa María la Real de Nieva, una botella de anís y 25 pesetas para pasar las fiestas aquí. “Todo venía bien”. En contra, también sufrió los vuelcos de los cestos de piñotes a la entrada del pueblo por los guardas del pinar, que hicieron pasar muy malos ratos a más de una mujer necesitada.
Los hijos, tuvieron como alternativa emigrar para trabajar en el extranjero y hacer allí sus vidas… Con el paso del tiempo, alguno regresó.
Murió con la pena de haber perdido a su hija Agustina “mi madre” a la edad de 56 años. No la entraba en la cabeza que de los ocho hijos que consiguió sacar adelante se la hubiera ido la más hermosa, “decía ella”.
Este es mi homenaje a una mujer que tuvo que luchar la intemerata cuando en su niñez y juventud nunca tuvo ningún contratiempo, y que su subsistencia y las de sus hijos la hicieron capear con todo, y a veces, contra todo.
P.D. Se me olvidó decir que en dos ocasiones rechazó que se llevarán a sus tres hijos menores a un centro de beneficencia de Cáritas, o similar.
En tu memoria, Luisa Quinzano. Mi abuela.