A mi madre, Pilar Alonso, Navera de adopción. Llegó a nuestro pueblo desde un Bilbao en plena transición democrática (1980), con dos hijos muy pequeños y un corazón muy grande.
Animalista, feminista y progresista de su época. Su ética, educación, cultura y moral no lo aprendió en el colegio, mas devoraba cualquier libro que caía en sus manos. Con gusto especial por el cine y melómana hasta el último día de su vida.
Defensora a ultranza de la lucha ante la desigualdad e injusticia social, era fácil verle emocionarse viendo las noticias: catástrofes medioambientales, infantes desnutridos en cualquier parte del mundo o abusos cometidos contra animales indefensos. Otros sucesos, además, desataban su ira: el maltrato a la mujer, la discriminación social por cualquier causa, el abuso de menores, el abandono de mayores… Nada de esto le resultaba indiferente, y en todo opinaba con coherencia, sabiduría y, ante todo, BONDAD.
Discreta y humilde. En el pueblo pocas la recordarán, porque su convivencia pasó desapercibida, y como ella decía: “para convivir en paz con nuestras vecinas y contigo misma debes ser educada, amable y huir de rumores o chismorreos, que no hacen ningún bien a nadie, y mucho mal a quien los sufre”.
Admiradora de las buenas personas, hizo lo que pudo, no mucho, porque la vida nunca estuvo ni a su alcance ni a su altura. Sufrió deslealtad e indiferencia de las personas más importantes de su vida: de su madre, de sus hermanos, de su marido e incluso de su hijo. Ninguno de éstos supo dar valor a la naturaleza de su alma y la nobleza de su ser.
La vida no le devolvió ni una parte de la felicidad que entregó, y decidió condenarle a sufrir la enfermedad más terrible y dolorosa: el Alzhéimer, diagnosticado con tan sólo 58 años.
Poco a poco, fue marchándose, con su sonrisa perpetua, sus canciones de fondo, desconectando de este mundo imperfecto y diciendo adiós en modo silencioso.
Y aquí me quedé yo, con 41 años llorando la pérdida de mi madre, como si fuese una niña. Porque no hay momento ni día que no necesite a mi madre. Aunque suene a tópico, daría lo que fuese por volver a oler su piel, peinar su pelo, abrazarle fuerte, besarle la cara y decirle una vez más lo muchísimo que la quiero.