Camila me recibe cada mañana, antes de entrar al colegio, volando raso en busca de material para su nido. Es una cigüeña.
Gabriela sonreía cada mañana que asomaba a nuestra terraza a desplegar la sonrisa y saludarnos. Como escribiría mi hermano Manuel en un poema premiado años después, siendo aún niños; ¨Mi vecina Catalina es muy respingona. Bebe gasolina y salta como una mona¨
Desplegaba su sonrisa de persona mayor,(siempre lo fué porque yo por aquel entonces la recuerdo a medio metro del suelo) constantemente. Salúdándonos, acogiéndonos en su casa para ayudar a mi madre Rosalía que tenía que lidiar a diario con cuatro enanos humanos, acompañándonos por la calle…… Años después, ya siendo todos adultos y con la ausencia de mi hermano que falleció unos años despues que nos mudamos de aquel edificio lleno de sonrisas, organicé una visita familiar para visitarles, aún más mayores, al pueblo donde residían. Aquella sonrisa seguía intacta al recibirnos, al igual que el lloro por no poderla reagalar a Ángel. Fué un día maravillosamente feliz y como todos…nos despidió con una sonrisa inabarcable. Junto a una sonrisa no menos pura de su marido Jesús. Es la sonrisa que siempre debería conservar el recuerdo de un niño. La sonrisa de Gabriela que cualquier niñ@ debería conocer a raudales mientras crece.
Camila al poco vuelve con el pico cargado de ramas para su nido poco antes de que yo entre al colegio. Me regala cada día la misma sonrisa y hogar que Gabriela.
Y es que…como Julia Sánchez López..otro gran ser escribió:
¨y tan sólo hace falta caminar…
dejando a los días su calmo andar¨